TLP:
el huérfano rabioso
trastorno límite de personalidad (TLP), muy frecuente en la actualidad y de
intensidad muy variable -desde muy leve hasta muy severa-, se caracteriza por
los siguientes rasgos:
1) avidez-rechazo afectivo, 2) inestabilidad emocional, 3) ira crónica, 4) baja autoestima, desmotivación y sentimientos de vacío, 5) inadaptación social y fracaso.
Secuelas de todo esto pueden ser las ideas paranoides, ánimo litigante, celos compulsivos, violencia doméstica, impulsividad, ansiedades, adicciones, autolesiones, ideas o tentativas de suicidio, anorexia o bulimia, delincuencia, etc. ¿De dónde proviene todo ese incontenible sufrimiento?
1) avidez-rechazo afectivo, 2) inestabilidad emocional, 3) ira crónica, 4) baja autoestima, desmotivación y sentimientos de vacío, 5) inadaptación social y fracaso.
Secuelas de todo esto pueden ser las ideas paranoides, ánimo litigante, celos compulsivos, violencia doméstica, impulsividad, ansiedades, adicciones, autolesiones, ideas o tentativas de suicidio, anorexia o bulimia, delincuencia, etc. ¿De dónde proviene todo ese incontenible sufrimiento?
La exploración psicodinámica muestra que, en
general, la infancia de las personas con TLP ha transcurrido en familias sin
amor, o con malos tratos, o rotas, o con trastornos psicológicos severos
(alcoholismo, depresión, histeria, psicosis, etc.). Estas situaciones pueden ser
evidentes o, por el contrario, muy sutiles y hasta inconscientes para sus
implicados, pero siempre igualmente nocivas. El niño/a con TLP es emocionalmente
un huérfano que no ha gozado ni, por tanto, incorporado en su primera infancia
el amor, confianza y seguridad indispensables para el desarrollo de su carácter
y su felicidad. Sin embargo, su orfandad no es simplemente evitativa
(narcisista) o depresiva sino, por suceder en un entorno cargado de miedo y
odio, particularmente agresiva, furiosa.
El huérfano rabioso odia, en efecto, a su familia y
a todo lo que la representa -pareja, autoridad, sociedad, trabajo, incluso a sí
mismo- porque fue desamado y maltratado. Pero su ira no anula su soledad, sino
que sufre un terrible conflicto entre su insaciable avidez amorosa (llena de
dominación, posesividad, celos, envidias, etc.) y su rabia desconfiada contra
ese mismo amor. Por eso lo teme, no sabe disfrutarlo ni agradecerlo, se agobia
con él y lo sabotea hasta destruirlo... descargando así sus viejos rencores
infantiles y recuperando la falsa seguridad de su caparazón narcisista. Éste es
el motivo de su inestabilidad emocional y del fracaso de sus relaciones. A veces
el dolor del TLP es tan intenso que presenta síntomas casi psicóticos (celos o
rabia delirantes, envidias patológicas, distorsiones extremas de la realidad,
alucinaciones, etc.).
La persona con TLP intenta escapar de su
sufrimiento de muchas maneras. Una de ellas es la hiperactividad o la euforia,
seguidas generalmente de bajones; se trata del aspecto maniaco-depresivo de este
trastorno. Otra forma de alivio es la práctica de gratificaciones rápidas
(adicción a drogas u otras actividades, comida (bulimia), sexualidad
(enamoramientos, promiscuidad), exhibicionismo social (fama, prestigio),
compras, violencia, etc.). Cuando todas estas defensas fallan o no son
suficientes, entonces la depresión subyacente gana terreno y puede emerger en
forma de abatimiento, autoabandono, ideas suicidas, etc. Y si el huérfano
rabioso está demasiado reprimido o bloqueado para desfogar sus emociones,
entonces éstas se manifiestan como ansiedades.
Como se siente insoportablemente culpable por odiar
consciente o inconscientemente a unos padres de quienes sigue esperando
infantilmente su amor, el huérfano rabioso carece de toda autoestima y desplaza
su furia contra sí mismo (anorexia, autolesiones, vida irresponsable o
peligrosa, intentos de suicidio, etc.), lo que le sirve además de voluntario
autocastigo. Por otra parte, el desamor infantil que padece lo ha privado del
desarrollo de un yo suficientemente fuerte y autocontenedor, de modo que el
huérfano rabioso no logra comprenderse, no sabe quién es ni qué quiere, no
distingue lo conveniente de lo inconveniente, no puede controlar sus emociones
ni sus impulsos, no sabe cuidar de sí mismo. Se siente vacío, despreciable,
caótico, sin derecho alguno a la felicidad. Por eso no logra adaptarse ni
estabilizarse en ningún ámbito, ni familiar, ni laboral, ni social. E ignora,
como todos los neuróticos, que una parte de sí mismo desea secretamente no
cambiar nunca.
La frecuencia del TLP parece haber aumentado mucho
últimamente, y seguirá haciéndolo. Las actuales condiciones socioeconómicas lo
favorecen. Los huérfanos rabiosos se incuban en las innumerables familias que
pelean o se ignoran, en las guarderías, frente a los solitarios televisores, con
las "canguros", entre las montañas de juguetes con que los padres sustituyen al
amor y sobornan a sus hijos, bajo la tormenta de separaciones y divorcios, en el
abandono adolescente entre ordenadores y teléfonos móviles, en las relaciones
extremadamente neuróticas de tantos hogares. El sistema social -materialista,
competitivo, vacío, violento, sin grandes valores- propicia además un mundo
desdichado donde los padres trabajadores -estresados, agotados, enfadados,
infelices- no pueden ocuparse adecuadamente de sus hijos (aunque tampoco quieren
renunciar al deseo de tenerlos), de modo que los conciben a medias, los aman a
medias, los cuidan a medias y comprenden muy poco o nada sus más íntimas y
desesperadas necesidades psicoafectivas. Sólo, por ello, un replanteamiento a
fondo de nuestros hábitos familiares y sociales, y una comprensión definitiva de
su incidencia en la génesis de los trastornos emocionales y de la infelicidad
humana, podría frenar este proceso.
¿Cómo se mejora el TLP? Fundamentalmente, con
comprensión, amor y paciencia. El psicoterapeuta deberá mostrar al afectado sus
traumas originales, ayudarle a descargar el dolor y la rabia acumulados,
acompañarle emocionalmente, fortalecer su autoestima, mostrarle formas positivas
de canalizar su narcisismo, y enseñarle -con el propio ejemplo de la terapia- a
recuperar, al menos en parte, la confianza en los seres humanos y la posibilidad
de vincularse sana, cariñosa y felizmente con ellos.
José Luis Cano Gil - Psicoterapeuta y Escritor
José Luis Cano Gil - Psicoterapeuta y Escritor
No necesariamente deben desarrollarse en un entrono agresivo, sino que también un TLP puede desarrollar su enfermedad en entornos de amor, de paz, finalmente es una enfermedad que provoca un trastorno. Pero claro, si un TLP vive en un entorno nocivo su enfermedad se verá potencializada y seguramente será caótico. Mi hija es TLP y creció en un ambiente normal, con nuestras deficiencias como familia, pero con mucho amor y buenos ejemplos. Tengo más de 15 años luchando para entender esa enfermedad para apoyar a mi hija. Ella ahora tiene 26 años, lo peor ha pasado, pero no esta fuera de peligro. Si a alguien puedo ayudar con gusto: supperfree@hotmail.com
ResponderEliminar