Testimonio de una madre de un afectado por Trastorno Límite: "Fui una madre maltratada"
No quiere revelar su identidad por vergüenza, pero accede a contar su
historia bajo un nombre falso: Violeta. Durante 6 años, esta mujer paraguaya fue
víctima de maltrato a manos de su hija adolescente: gritos, insultos, golpes e
incluso lesiones sumieron a toda la familia en un infierno que muchos no
comprendían. Tras pasar por varios psiquiatras, su hija, Elena, fue
diagnosticada con un trastorno límite de personalidad.
“Pasaba del cielo al infierno en un solo día”, explica
Violeta, “había momentos en que era tiernísima y amorosa conmigo, y no
quería separarse de mi, y de pronto, tenía un brote y me pegaba, delante de sus
hermanos pequeños. Para mi fue terrible, un horror, porque yo me sentía una
madre maltratada.” Esa fue la peor etapa que relata Violeta de la
relación que tuvo con su hija Elena durante 6 largos años de su vida. Madre de 3
hijos, Violeta quedó sola al cargo de ellos cuando todavía era joven, puesto que
se divorció de su marido. Este se marchó a vivir al extranjero, y una vez al año
volvía a Paraguay para ver a sus hijos. “Cuando volvía quería resolver
en un día todo lo que no arregló en un año, entonces pegaba a los niños con el
cinturón, y les pegaba mal”, explica. Violeta cree que esos episodios
fueron un semillero para lo que luego aconteció.
Mujer trabajadora, Violeta pasaba mucho tiempo fuera de casa, y dejaba sus
hijos con una criada que se hacía cargo de ellos. A los 4 años, su hija le hizo
una confesión: “Me dijo que un tío de mi ex marido le tocaba la vagina,
y yo, que sufrí lo mismo a su misma edad, puse medidas para evitarlo, y le dije
a la criada que no permitiera que el tío estuviera a solas con mi
hija”. El presunto abusador negó rotundamente la agresión, y Violeta se
quedó con la duda que todo hubiera sido fruto de la fantasía de Elena. “A esa
edad era mucho de mentir”, explica, y por ello no tomó más
cartas en el asunto.
Elena fue creciendo, ejerciendo el papel de hermana mayor con mano dura.
“Como yo estaba todo el día fuera de casa trabajando, ella quería ser la
mamá de mis otros dos hijos y cuando no la obedecían los pegaba, como hacía su
padre”, explica Violeta. La situación familiar se complicó cuando la
niña entró en la pubertad. A los 13 años, cayó en la bulimia, un trastorno en la
conducta alimentaria que la llevaba a comer compulsivamente y luego a vomitar.
El origen de esta enfermedad es nervioso y sus afectadas, mayoritariamente
mujeres, sienten una profunda insatisfacción con ellas mismas, lo cual las lleva
a autolesionarse de esta manera, con el objetivo de adelgazar.
Elena le contó a su madre lo que hacía a escondidas y Violeta, que en ese
momento pasaba por dificultades económicas, pidió ayuda al padre de la criatura
para internarla en un centro especializado. Él le negó el apoyo y Violeta,
desesperada, tomó una determinación: dejar a sus hijos con una empleada
doméstica y marcharse a España a buscar trabajo. “Un amigo nos comentó
que en España podrían atender a mi hija gratuitamente si yo encontraba trabajo,
así que sin nada seguro, dejé a mis 3 hijos en Paraguay y me marché a
España”, relata.
Esos fueron 3 meses muy duros. Nadie contrataba a Violeta a pesar de su
formación universitaria y de su dilatada experiencia como trabajadora en una
oficina, así que al cabo de dos meses y medio, tomó lo único que se le ofreció:
cuidar de una señora de 95 años. “Todos los días hablaba con mis hijos y
los 4 llorábamos porque ellos se sentían abandonados, y yo me sentía muy mal por
tener que dejarlos con gente extraña, pero ¡quería algo mejor para
ellos!”- se justifica. “Luego me di cuenta que mi viaje a España fue
apresurado, y que no era el momento de irme”, cuenta arrepentida.
Una última conversación telefónica con su hija le hizo tomar la decisión de
regresar: “Mi hija me contó que estaba tomando unas
pastillas para adelgazar, y que le habían provocado un paro cardíaco”,
explica. ¿De dónde sacó las pastillas? Del cuarto de baño de su madre. Violeta
las había comprado años atrás por indicación médica, como tratamiento
preoperatorio para realizarse una reducción de grasa abdominal. Sin embargo,
dejó de tomarlas repentinamente cuando supo que las pastillas eran
anfetaminas, y éstas quedaron olvidadas en un cajón hasta que Elena
las rescató. Obsesionada con el peso, Elena aumentó la dosis diaria y
pasó de tomar una pastilla al día a tomar 5, 6 y hasta 7.
Alarmada, Violeta volvió a Paraguay, y ya en casa notó que su hija había
cambiado. “Estaba muy acelerada. Ella antes era muy dócil pero se había
vuelto muy agresiva y altanera”, recuerda. Preocupados, con su ex
marido llevaron a su hija al psiquiatra, donde le diagnosticaron un síndrome
bipolar, un trastorno que combina episodios de depresión con otros de euforia
desproporcionada. Con el fin de equilibrar su estado anímico, le recetaron
medicación y le prohibieron tomar más anfetaminas.
Elena, enferma de bulimia, trató por todos los medios de continuar con las
pastillas que la adelgazaban, hasta que su madre la descubrió. Sin pensarlo dos
veces, tiró por el retrete todas las anfetaminas escondidas, y Elena, cuando lo
supo, montó en cólera y descargó toda su rabia contra su madre: “Me empezó a
hacer reproches, me echaba en cara que la hubiera abandonado cuando me
fui a España a trabajar, sin darse cuenta que yo lo había hecho por ella, y me
acusó de no haberla protegido cuando el tío abusó de ella a los 4
años”. La recriminación dio paso a los insultos, y estos a la
violencia. Violeta nunca hubiera sospechado lo que pasó: “Se puso hecha
una furia, agarró una botella, la rompió y ¡me atacó! Me quedé tan asustada,
¡parecía poseída!”, explica enseñándome una de las cicatrices que le
quedaron en el brazo.
Violeta, desesperada y presa del pánico, huyó de su hogar llena de cortes y
sangrando, y tras reunirse con sus dos hijos menores, que afortunadamente no
estaban en casa, fue a poner una denuncia por la agresión. Elena se quedó sola
en el domicilio fuera de sí, rompiendo todo lo que encontraba a su alcance.
Cuando ya no le sirvieron los objetos, trató de quitarse la vida. 3 patrullas de
policía se presentaron en su casa a tiempo y se llevaron a la adolescente a un
centro psiquiátrico para hacerle una evaluación.
Después de abandonar el centro de salud mental, Elena se fue a vivir con su
padre, pero al cabo de poco tiempo se escapó de allí y anduvo deambulando sola
por la ciudad durante 2 o 3 meses, durmiendo en casa de amigos, y sin mantener
comunicación con su madre. Poco a poco, sin embargo, Elena fue reapareciendo por
casa, hasta que al final se reconcilió con su madre y regresó al hogar. Con
ello, también volvieron las agresiones. “Ella manipulaba mucho las cosas, y por
ejemplo, si me pedía unos zapatos y yo no podía pagárselos, me pegaba a mi y
pegaba a sus hermanos”, recuerda.
Cualquier escusa era válida para dar rienda suelta a sus reproches, que eran
la tónica constante durante los ataques de Elena contra su madre. “Me
acusaba de no haberla protegido nunca, de haberla abandonado durante la
niñez. Me contó que además de los abusos que sufrió por parte del tío,
también fue víctima de un profesor de órgano, que según ella la obligaba
a besarle el miembro. Pero yo no creo en absoluto que eso sea
cierto, porque nunca estuvo sola en esas clases, siempre estaban sus
hermanos”, opina escéptica Violeta.
Las agresiones fueron en aumento, hasta llegar a su punto álgido cuando Elena
se quedó embarazada a los 15 años. Su cuerpo empezó a cambiar y
con ello, los golpes se hicieron más frecuentes. “Yo entendía que mi
hija estaba sufriendo mucho porque ella era bulímica y rechazaba su cuerpo, y
con el embarazo, su barriga iba creciendo mucho”, explica. Elena se
volvió tiránica: “Yo tenía que cocinar cuando ella quería, y lo que ella quería.
Si ella lo ordenaba tenía que endeudarme … fue un infierno porque
durante los 9 meses de embarazo me pegaba todos los días de mi vida, me
insultaba y me trataba como si fuera inútil”, cuenta. “Ella me
acusaba de tener un carácter débil y de tener que pensar por las dos”,
añade. Sin embargo, después de un episodio violento, Elena se volvía todo
dulzura, se mostraba muy cariñosa con su madre y no quería separarse de
ella.
Tras pasar por varios psiquiatras, Elena fue finalmente diagnosticada con un
trastorno límite de personalidad. Las personas afectadas muestran una gran
inestabilidad emocional, pasando en un mismo día por distintos episodios de
euforia, irritabilidad o ansiedad, así como arranques de ira descontrolada y
tienen sentimientos frecuentes de vacío o inutilidad. Otros de los síntomas de
carecer impulsivo son los comportamientos de automutilación, y el abuso de
sustancias. En cuanto a sus relaciones interpersonales, pueden realizar
esfuerzos frenéticos para evitar un abandono real o imaginario y pueden
presentar pensamientos paranoicos transitorios.
Elena intentó suicidarse en varias ocasiones y durante esos años fue presa de
la adicción al alcohol y a la cocaína, así como a las anfetaminas. Además, como
muchos de los afectados, fue víctima de un trastorno alimentario y refirió, como
el 70% de las personas con TLP, abusos sexuales durante la niñez. Su enfermedad
mental hizo que Violeta aguantara el maltrato durante 6 años. La hija dominaba
la situación y la madre, moralmente destrozada, no encontraba salida.
“Yo trataba de pensar que sólo era una parte suya la que me agredía,
pero mucha gente me decía que era yo la que malcriaba a mis hijos”,
comenta.
Violeta se encontraba entre la espada y la pared, y su gran preocupación eran
sus dos hijos menores: “Si yo trataba de atajar a mi hija cuando me
pegaba se enfurecía más, por eso dejaba que descargara su rabia contra mi, por
miedo a que lo hiciera con sus hermanos”, explica. Sin embargo, ellos
sufrían también presenciando los ataques de su hermana, hasta que llegaron a la
adolescencia y quisieron poner fin a la situación. “Si te vuelve a
pegar, la pegaremos nosotros a ella”, le advirtieron.
Fue así como Violeta encontró la fuerza para escapar de casa. Se marchó con
sus dos hijos y dejó a Elena sola, bajo vigilancia de otros familiares, que se
habían hecho cargo del nieto que ya contaba con 5 años. “No me sentí culpable,
me sentí bien y creo que fue lo más sano, porque ella tuvo que valerse por ella
misma y empezar a trabajar. Maduró mucho y empezó a respetarme”, explica.
La separación duró 7 meses, y esta vez la reconciliación no llegó hasta que
Violeta estableció unas normas inquebrantables en su casa: Ella sería la madre y
se terminaría la violencia. Elena accedió y la situación se normalizó.
Ahora que hace 3 años que conviven sin agresiones físicas, Violeta se
responsabiliza de una parte de lo que sufrió: “Una de mis equivocaciones
más grandes fue la falta de marcar límites porque yo no sé hacerlo.
Como a mi tampoco me marcaron límites, me era muy difícil castigar a mis hijos y
mantener mi palabra”, dice. La enfermedad y el mal ejemplo de un padre
maltratador seguramente hicieron el resto.
Elena ahora trabaja y ha logrado mayor estabilidad emocional, y violeta se
enorgullece de ello. Ya no tiene miedo a más agresiones, pero le produce mucho
dolor recordar todo lo que pasó. “Muchas veces uno no quiere asumir los
problemas de los hijos, y no quiere ver que tiene problemas con las
drogas o lo que sea, y trata de ignorarlos o desviar la atención” opina. Por
ello, pese a no querer mostrar su rostro ni su verdadero nombre, quiere contar
su historia para que otras familias que conviven con esta enfermedad mental,
sepan que no son los únicos, y encuentren la fuerza para buscar una salida.
Fuente de la noticia: El mundo
Para más información visita el siguiente link:
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/hemisferioxx/2010/07/30/fui-una-madre-maltratada.html
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